viernes, 2 de agosto de 2019

La peor buena suerte

Tsutomu Yamaguchi no tendría que haber cumplido los 30 años. Celebrar tres décadas de vida suponía un desafío a la física, a la medicina, a la meteorología y, sobre todo, a eso tan difícil de medir, de presagiar, de cultivar: la suerte. Eso él no podía saberlo en agosto de 1945, cuando solo era un ingeniero japonés y tenía que morir a primera hora de la mañana, con 29 años y padre reciente de Toshiko, que gateaba en su casa, en otra ciudad, esperando conocer a su padre, destinado todo el verano en otra ciudad para delinear tanques de petróleo para Mitsubishi. Tsutomu era, ese día y todos los días anteriores de su vida, un anónimo más. Uno de esos hombres pensativos que te cruzas por la calle y en los que no reparas, porque nada en él llama la atención.