lunes, 28 de enero de 2019

El desconocido

Ese no era él. Tenía la nariz más alargada, rozando casi el labio superior. La mandíbula se le había redondeado, incluso se le había formado un hoyuelo en la barbilla. Las mejillas le recordaban a las de su abuelo cuando se bebía dos coñacs. Los ojos se le habían juntado, y se adivinaba en ellos una curvatura hacia abajo. De repente tenía ojos tristes, y el color del iris ya no era el marrón del más común de los mortales, eran verdes Caribe, pero ya sabía que lo que hace unos ojos bonitos no es el color, sino la forma, y los suyos prometían echarse a llorar en cualquier momento. Tenía las cejas finas y tres surcos recorriéndole la frente de este a oeste. Se descubrió patillas que descendían encorsetando sus orejas, cuyo lóbulo era más pequeño de lo que recordaba. El pelo tiraba a rubio y asomaba sobre los hombros, como pidiendo a gritos tijeras. El flequillo mojado por la ducha se volcaba sobre la frente con desgana.

miércoles, 9 de enero de 2019

De qué escribes cuando no escribes

Y entonces, escribió.

Escribió todas esas frases que se sueñan pero no se plasman, todas esas sentencias por las que mueren los que quieren escribir, todas esas palabras que se contagian la una a la otra de ritmo, todas esas ideas que al leerlas, el otro suspira y se detiene, pensando en que era eso o no era nada, no había una forma mejor de poner en texto lo que tanto definía, al que escribió y al que lee. Escribió un párrafo repleto de cosas que decir pero nunca antes dichas así. Todo estaba ya escrito, pero nadie lo había escrito así. Escribió compulsivo, en un Niágara de imágenes tan bien descritas que no hacía falta ni cerrar los ojos para construirlas en la mente del que tiende los ojos como un puente hacia cada letra, y la siguiente, y la siguiente. Escribió tan rápido lo que otros no alcanzan en meses de talleres y lecturas que por un momento pensó que no era él el que estaba escribiendo, que estaba poseído por todas las musas de todos los ingenios. No podía creerse lo que estaba escribiendo, aunque sabía a cada coma, esa coma que acabas de pasar, que lo que estaba escribiendo era la forma de literatura más verdadera que había escupido en veinte años. Veinte años escribiendo cuentos y reflexiones le habían llevado a este bailar de dedos, a este claqué sobre un teclado manchado y pulido como parqué.