lunes, 30 de diciembre de 2019

La bestia

Podía montarse en un caballo blanco, de bridas doradas y silla roja. Por supuesto, lo hizo, movido por lo desconocido, por un trote que creía diferente. Se encaramó en el jamelgo, se agarró con fuerza y se dejó llevar. Al poco cambiaba de postura. Se levantaba. Agitaba las correas y golpeaba con el talón la panza del caballo, que sin refunfuñar proseguía su recorrido. Ya le sonaba. Es como si ya hubiera estado ahí. Así que se bajó y decidió elegir otra montura.