lunes, 23 de marzo de 2009

Dios escucha Coldplay

Después de mi viaje a Las Vegas dejé de encontrarle sentido a la raza humana y sus instintos.
Sin Fe he deambulado de aquí para allá, desde Bogotá hasta Taipei vía Berlín. Sin Fe he vuelto, y sin un duro ni una mísera experiencia que contar, pues mi periplo fue de absoluto recogimiento y no hablaba más que conmigo mismo y con mi amigo Paul, que no salía de mi cabeza.
Sentado aquí bajo mi porche desconchado, descansando sobre un tocón de piedra que no tengo ni idea de cómo ha llegado aquí, sigo sin tener Fe, pero sigo fumando marihuana y acariciando a mi viejo perro Sam, que me esperó en la misma postura mientras yo veía el mundo en total introspección.
Así que cuando veo pasar por el camino hacia el pueblo al reverendo Piston le saludo y le imploro ayuda, pero él se encoge de hombros, frunce el ceño y se señala los oídos, donde sus relucientes auriculares blancos del Ipod que cuelga de su cinturón le impiden escucharme. Así que le veo alejarse, de vez en cuando palmeándose el muslo para acompañar al bombo, supongo, y me quedo fumando y acariciando a Sam, cuestionándome aquello de que Dios te escucha. Me permito ironizar sobre Dios con Coldplay en su flamante reproductor MP3. Soy así de atrevido, y ni siquiera Sam me gruñe ante mi blasfemia.
Sin más dilación, y sin Fe, claro, estiro el brazo izquierdo y agarro el revolver. Me reviento la tapa de los sesos y descubro que Coldplay es el hilo musical del viaje celestial y me dan ganas de pegar a alguien pues a mí sólo me gusta la bossa nova, carajo, que yo sólo había pensado en el grupo de moda por eso, porque están de moda y Dios no puede quedarse atrás. Acerté, maldita sea.
Sam me ladra en la distancia y el reverendo Piston está ante mí llamando a una ambulancia. Cuando llegan los camilleros se sorprenden ante el tremendo agujero que debo vestir en la cabeza, así que, con Coldplay tocando los últimos acordes de Shiver muy dentro de mí, me trasladan, aún incrédulos ante mi estúpida supervivencia.
Al dar marcha atrás para incorporarse al camino hacia el pueblo, la ambulancia atropella a Sam, que se queda cojo de la pata trasera izquierda. El conductor, abrumado, infiero que por su incompetencia por no ver un caniche en el camino, recoge a Sam y lo mete en la ambulancia. Yo le hago el boca a boca, a mi perro, no al conductor, aunque el camillero me repite que no hace falta, que sobrevivirá. Debo sangrar mucho por la cabeza porque Sam me lame sin parar. El camillero vomita sobre Sam, que se lanza asustado sobre el conductor, que derrapa y se estrella contra la puerta de un bar donde Coldplay actúa para unos pocos amigos. Chris Martin nunca contará esto en sus entrevistas y yo moriré empapado en cerveza cara y con esa mierda de Shiver taladrándome el cerebro aprovechando que lo tengo tomando el aire.
Sam orina por mí en la batería y el conductor llama por radio, pero no sabe si a los bomberos, al Seprona por la paliza que le están dando a mi chucho, a otra ambulancia para que se lo lleven a él primero, o a la funeraria, para el camillero, que está incrustado en la pared, donde antes había un póster del Ballbreaker de AC/DC.
Y ahí creo que me termino de morir, con menos Fe que un camaleón daltónico y Martin apuñalando a mi perro, pero sin parar de cantar, que tienen un gran directo, dicen.

(Ejercicio de escritura automática... me excuso. No me maten, fans de Coldplay, hagan el favor)

domingo, 22 de marzo de 2009

Ser, estar y parecer

De vuelta de perderme en lo rural, de ver a grandes amigos que no le piden nada a la vida pero lo dan todo siempre que les dejan, de beber mucho y comer poco, de follar casi sin querer, de vuelta de todo eso y por supuesto mucho más, llego a mi habitual entorno urbanita sin grandes expectativas de nada.
Y me entretengo ahora pensando si ellos, esos a los que veo muy poco pero necesito tanto, son más felices que yo, que vivo en el lugar de las oportunidades y no encerrado en un pueblo de casas encaladas en plena Mancha, yo que lo tengo casi todo al alcance de la mano, yo que puedo aspirar con más facilidad a cotas que para ellos quedaron descartadas. Algunos no pudieron plantearse el estudio como opción, y pueden decir que tienen todo lo que quieren. Un trabajo sencillo y una vida tranquila en su pueblo, porque es su pueblo. Son sus raíces y no entienden otro lugar. Muchos de ellos han viajado al extranjero, bastante más que yo, pero se siguen quedando con su pueblo, donde los días son tan parecidos que cuesta llevar la cuenta. Como en su pueblo, en ningún sitio.
Y son más felices que yo, que no puedo decir que como en Madrid, en ningún sitio. Tampoco viviría en el pueblo, imposible, ya me hice de otra pasta.
Así que no termino de encontrar mis raíces y de repente me pregunto si gran parte de la felicidad se basa en reconocerte de un lugar inequívoco. Yo si me arraigo a Madrid es porque quiero ser de algún sitio. Pero ser de Madrid es tan difícil como distinguir dos abejas hermanas. A mí se me antoja colmena y yo no tengo parcela.
Supongo que no le descubro la pólvora a nadie, ni siquiera a mí mismo, con lo fácil que eso es, contando que el tenerlo todo, el disponer de todo, no tiene nada que ver con querer todo lo que tienes tanto que el resto es un borrón.
La amistad allí tiene otro valor, que no es otro que el de la verdadera amistad, sin más. La moral es más pura y el ingenio está siempre a flor de piel, pues mis amigos del pueblo optaron por el surrealismo antes que por las drogas para salir del tedio rural. Allí me río más y muchas veces mejor que en otros círculos. Allí tus problemas confesos preocupan. Allí se habla para decir cosas. Allí se quiere con las vísceras.
Y cuando lo pienso, siempre sonrío, porque qué suerte tengo, coño. Yo puedo escaparme a mi pueblo, que también es mi pueblo, y de repente sentir todo eso, durante unos días.
Volver luego es jodido, pero al menos vienes de algún sitio.

martes, 10 de marzo de 2009

No lo hagas

No lo hagas.

Y ya está. No decía nada más el sms. Un mensaje de tres palabras proveniente de un número de móvil que no tengo guardado en la agenda y en el que no contesta nadie cuando llamo.

No lo hagas.

En un primer momento pensé que se habían equivocado y no hice caso. Seguí trabajando. Pero antes de media hora había contestado al mensaje preguntando quién eres y qué es lo que no tengo que hacer. No hubo respuesta, y seguí trabajando.

A la hora de comer comenté el mensaje, pero nadie se responsabilizó ni sugirió nada revelador. Así que nos ventilamos los menús a 10 euros, hablamos de la crisis de Sara y del finde de Luis, y criticamos a Juan Utrera y vitoreamos al rebelde Fran, pero el sms que sólo a mí perturbaba quedó lapidado por su aparente futilidad.

Sólo después de comer y en mi primer cigarro de la tarde decidí llamar al número y, ya lo he dicho, no hubo respuesta. Ni esa primera vez ni las dos siguientes, que en realidad no fumo tanto, por mucho que diga Juan Utrera.

En el siempre eterno viaje de vuelta a casa hablé con Marcos de lo gilipollas que puede llegar a ser Guillermo Escalona cuando se pone en plan jefe que tiene que hacerse notar como tal, lo mismito que el macho dominante en un grupo de gorilas. Y cuando nos separamos nos reíamos del nuevo espalda plateada que con sus gruñidos y sus ondulantes andares mantenía el status quo en la manada de tímidos monos. Sólo cuando el metro volvió a sumergirse en sus túneles del tiempo el mensaje volvió a mi cabeza, derrumbando en la ciénaga del olvido al tremendo simio Escalona.

No lo hagas.

Me fui a la cama sin cenar y sin ver la serie tonta del día. Escribí un relato malo sobre un niño ciego que se enfrenta a un simio cruel y me acosté más tarde de lo habitual, porque ante tan absurdo argumento terminé transcribiendo mi última conversación con Marisa, aquella en la que pudo por fin decirme que me dejaba porque ya no había nada en mí que le enterneciera como antes. Enternecer. Arduo verbo. Y lo jodido es que me acordaba de aquella charla como si yo fuera el mismísimo Truman Capote y pudiese, como él, o de eso se jactaba, retener el noventa y pico por ciento de las conversaciones que mantengo. El muy canalla, así cualquiera.
Pero de aquel diálogo con Marisa de hace hoy dos años me acuerdo como si lo tuviera tatuado en la frente y me lo viera todos los días en todos mis reflejos. Lo bueno es que hace mucho que no me duele rememorarlo, sino que me corrige, o eso creo Al final Marisa lo consiguió, y yo puedo afirmarlo y sonreír. Y así, escribiendo y fumándome el pasado en vez de otro cigarro, me dieron como me dieron las dos de la mañana.

Y me fui a acostar y, tengo la certeza, no había hecho nada de lo que arrepentirme.

Hoy, a las nueve de la mañana, otra vez, el mismo mensaje, desde el mismo móvil.

martes, 3 de marzo de 2009

Pero ¿he sido yo?

Como no quisimos decirnos te quiero optamos por decirnos te odio, y jugando con mentiras que no sabíamos seguro que lo fueran y con verdades dolorosas que claro que lo son, hasta aquí hemos llegado, un mes después de mordernos una sonrisa ante unos pimientos de Padrón en una barra de madera. Y es absurdo explicar nada porque lo que es de dos es de dos y el resto está fuera y así difícilmente se puede entender algo en lo que no se tiene cabida.

Hoy me he sentido escoria. Me he sentido el troglodita que arrastra a su hembra por el suelo, agarrándola firme por el cabello, en busca de un terreno mullido sobre el que cubrirla.
El detonante de semejante lapidación de mi propio tejado ha sido un mar de palabras leídas en un correos demasiado largos y demasiado evocadores de un pasado que todavía no lo es pero que parece que se decide por Decreto Ley que ya queda enterrado.
Un último mail lleno de reproches y verdades y malentendidos. Un mail que ha convertido la pantalla de mi PC en un espejo que me reflejaba feo y malo.
Pero no, coño, no, ese espejo está deformado, es concavo y me reduce y engorda. Lo jodido es que los espejos perfectos no existen para estas cosas, y supongo que el que yo me pongo y considero acertado es el más convexo de todos. Ego, claro. Pero me da igual, hoy me da igual. Hace mucho tiempo que no me sentía mal conmigo mismo con respecto a otra persona. Con mirarme al ombligo de vez en cuando ya me hundo sin ayuda. Pero desde hace años, en plural ya, no soy consciente de haberle hecho daño a nadie. Es más, desde entonces, desde Paula, he ido o de puntillas o con píes de plomo para no deberle nada a nadie y así evitar herir, que no ser herido, que de eso no tengo tanta experiencia, maldita sea. Me reconozco más verdugo que víctima y, sinceramente, estoy hasta los cojones, porque yo no llevo la capucha negra del justiciero y es mi cara la que se descompone cuando alcanzo a entender, ardua tarea, la herida abierta por mis actos, que resulta que fueron erróneos o inoportunos, y yo sin saber que la vida es un examen y que lo oportuno suele ser lo que no pasa.

Ahora que mi hacha no tiene cabezas que cortar no estoy dispuesto a odiarme. Que no. Que me rebelo. Que yo no he hecho nada y no voy a pagar por nada, ni echar mierda en la cara de nadie. Hazlo tú si quieres, que yo seguiré intentando mantener una tranquilidad que no me caracteriza.

Ni juzgo ni respondo, sólo me quedo atónito ante las cenizas de un incendio que debí provocar insomne y que no quise ver al despertar. Joder, si para eso había dejado yo de fumar. Pues a tomar por culo. Un pitillo.

J.D.

P.D.: Tejón, gracias, ya sabes. Me dirás que es absurdo dártelas, pero no lo es, y no te conozco. Gracias por insistir tan desinteresadamente pero con todo el interés. Es emocionante, de verdad.
Y a la Pua la conozco por Pástor, MC con Yeah. :) Del barrio. ¿Conoces al Yeah del Liceo, por algún casual? Madriz es tan grande que cabe en una cáscara de nuez, que dijo aquél. :) Un abrazo!