domingo, 25 de noviembre de 2018

La música que no escuchas

La mejor música de Madrid la oyes en el metro. Pero tienes que prestar atención. No ser el sonámbulo que somos todos cuando nos sumergimos sin compañía en las entrañas de la ciudad. Total, en realidad no hay nada que hacer cuando caminas con nadie por los pasillos del metro. Lo más posible es que no tengas ni que pensar por dónde tienes que ir. Tanto has andado por ahí que tus pies son brújula, tu cerebro está a otra cosa, en otro sitio, en otro tiempo. Aprovecha. Es una pausa entre de dónde vienes y a dónde vas. Quítate los auriculares. El libro ya lo leerás en el vagón. Devuelve la llamada más tarde. Juega cuando se cierren las puertas y te balancees. Camina, y escucha cuando oigas acordes. Un canto. Una melodía. Sé testigo, sé público. Sé, que en tu devenir por el laberinto centenario eres tan inerte que ni te sientes.

martes, 20 de noviembre de 2018

El tiempo, la escritura y tú

Hace no tanto, los libros los empezaba por la solapa, para leerme la biografía de quien lo firmaba y restar la fecha de su nacimiento a la de su primer libro publicado. Así veía si se me estaba haciendo tarde. Si podía tomarlo como referencia, respirar y pensar que aún me quedaba tiempo. O para apoyar el mentón en el pecho y decirme en bajito “ya no llegas”. Siempre hay prematuros, y la comparación me atormentaba, pero también hay Murakamis, y esa comparación la pasaba por alto, porque siempre fui más de bucear en lo que salgo perdiendo y correr deprisa allí donde puedo vencer. Como si esto fuera una competición. Una competición en la que nunca llegaré a la meta porque solo compito yo contra mi ego y la llegada no existe. Ni siquiera hay pistoletazo de salida. El único fin es la muerte y el único principio es cuando nací. Lo del medio no puede ser una carrera, me digo entre flato y flato.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Yo conduzco

- Ya lo sé.

Poco a poco el tono se me va agravando. La jovialidad con la que dije “venga, yo conduzco” ha ido dando pie a la sequedad. Las frases se me van acortando en la boca. Una paulatina economía de lenguaje, como un río que se va secando hasta ser arroyo y luego un meandro y luego barro. El torrente que fui al girar la llave de contacto se había estampado ya al salir de Madrid contra la presa construida por sus consejos, sus advertencias, sus premoniciones, sus recuerdos y sus miedos. Los posibles temas de conversación habían quedado reducidos, en espacio de diez minutos, a uno solo.

- Pues no lo parece. El límite en este tramo son ochenta.

domingo, 4 de noviembre de 2018

Agujeros

- Así que me llevo el mapa.

Elisa levantó la cabeza, dio una calada al cigarro, le miró arrugando la frente. Llevaba un rato sin escucharle, demasiado ruido tenía ya en la cabeza como para poder atender a lo que le decía él. Pero esa afirmación, dicha casi en bajo, sin emoción en la voz, sí la oyó. Pero una cosa es que le hubiera oído y otra que le estuviera entendiendo. Exhaló humo gris, parpadeó. Tuvo que carraspear antes de poder responder, de tan seca que se le había quedado la boca. Seca desde que había empezado aquella conversación, una que parecía anunciar que no habría siguientes.