lunes, 22 de mayo de 2023

Pájaros

He soñado con Laura, que no sé nada de ella desde hace años. Se fue a vivir al campo, con su chico y sus perros, o con los perros y su chico. Siempre fue consecuente. En un momento dado de mi invención onírica, me miraba fijo, en primerísimo primer plano, y me decía suave “buenos días, Julio”. Y en ese mismo instante, me ha sonado la alarma. Durante unos segundos he naufragado en ese encabalgamiento entre lo real y lo soñado. Laura se adelantaba un momento inapreciable al final del sueño, me introducía en la nueva semana, me allanaba un terreno que aún no existía. Como el de la finca en la que vive ahora, con sus perros y su chico. Y así, con un saludo puente entre lo que solo ocurre en mi cabeza y lo que está por pasar ahí fuera, he arrancado un lunes, a la misma hora de siempre. 

Eres el guionista de tus propios sueños, me dijeron una vez. Lo que sueño lo sueño porque así lo dicto. Pero no sueño lo que quiero. Tendría sueños eróticos todas las noches, o soñaría con el mar y gente querida, o quizá rememoraría situaciones felices. Soñaría placer, pero sueño cosas que no entiendo a pesar de que las secuencias las escribo yo, con la tinta de mis conexiones neuronales indómitas. Construyo imágenes que puede que hasta no me gusten, que me hagan sudar desasosiego, y que significarán algo que no desentraño. Dreams are messages from the deep, dicen al principio de Dune, en sardaukar, un idioma inventado, como los sueños. Qué se esconde en mis profundidades cerebrales, me pregunto, para que Laura me despierte cuando aún estoy dormido, si llevo sin pensar en ella un lustro, si tampoco es significante en mi vida, ni yo en la suya, si compartimos trabajo y unas cañas y las confidencias resultado de buen compañerismo y poco más, una relación como tantas otras, de las que aparecen y desaparecen marcadas por un contrato laboral. Quién es Laura en realidad en el cuento que me cuento mientras duermo, a qué o quién le he puesto su cara y su tatuaje que le ocupa todo el esternón, un tatuaje de un pájaro demasiado grande para la casa en la que está, con las alas saliendo por las ventanas laterales y la cabeza asomando por la puerta. Como si hubiera crecido más de lo esperado. O puede que vuele con la casa a cuestas. Nunca le pregunté qué quería decir ese tatuaje de colores, hay marcas en la piel que no requieren explicación, vale con intuir. Como los sueños. Qué será de ella. Quizá ya no tenga chico y solo perros. O lo mismo los perros eran de él y entonces Laura no tendría mamíferos ya. La verdad, no me quita el sueño. Pero ahí estaba, invitada a mi nebulosa, con sus ojos enormes y su sonrisa fina y su pájaro fugándose entre la garganta y las tetas, deseándome unos buenos días que aún no habían empezado.

Han pasado cuatro horas desde que sonó la alarma, cuatro horas y un segundo desde que ella hablara tan claro que aún me resuena, y sigo adormilado, escribiendo a ver si termino de despertar. Solo, sin pájaros, sin perros, sin oír otra voz que no sea la de mi cabeza y la de audios laborables que me llegan por Whatsapp para darme instrucciones sobre cosas que hacer cuando estás despierto. Cuando duermo, el libro de instrucciones lo escribo yo, como un manual de construcción de muebles de IKEA. Y al terminar te sobran piezas. Pero el mueble se sostiene.


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