lunes, 8 de julio de 2019

El tiempo de los evangelistas

Desde hace unos días, en mi calle se apostan varias personas con camisetas blancas y panfletos en la mano. A veces solo son dos, pero casi siempre son cinco, y suelen ser los mismos. Jóvenes, sudamericanos, sonrientes. Se sitúan a ambos extremos de la acera, de forma que no tienes escapatoria. Tienes que pasar entre ellos, como si hubieras ganado algún torneo y te estuvieran haciendo el pasillo. Hablan entre ellos, joviales. Cuando llegas a su altura, uno te aborda con una sonrisa que es como un glaciar corriendo entre montes pardos. Ya les he visto en acción, conozco sus intenciones, y ya sé que hoy no voy a pararme.

- ¡Hola, buenas tardes! ¿Me regalas un minuto?
- No, lo siento. Muchas gracias.
- ¡Jesús te ama!

Lo último lo cuelgan en el aire como ropa tendida mientras hago ademán de alejarme. No lo gritan, pero tampoco lo susurran. Me lo aseguran mientras les niego cualquier posibilidad de reciprocidad. No insisten. No pierden la sonrisa. No desisten. Jesús me ama, pero yo sigo mi camino. Jesús me ama, pero yo vengo sudado del gimnasio. Jesús me ama, pero yo lo que quiero ahora es una ducha, quizá masturbarme bajo el chorro de agua caliente, cenar ligero, verme un capítulo de una serie, leerme unas páginas de Walden e irme a dormir. Jesús me ama, pero yo no me freno a preguntar por qué, ni cómo, ni para qué. A veces pienso que merecería la pena debatir sobre ello con alguno de esos chicos y chicas. Plantearles mis dudas sobre el Jesús en el que ellos creen. Teorizar sobre conceptos, escucharles, preguntarles, darles protagonismo en esa acera de una calle en la que Zara, H&M, El Corte Inglés, Intimissimi, Starbucks, Mango y una tienda de ibéricos mataron a Jesús hace tiempo.

Y yo les digo que no, que lo siento, que muchas gracias. Mi respuesta es un microcuento, con su introducción, su nudo y su desenlace. Respondo creando una narración y podría jurar que no han sido conscientes. Primero les niego, luego les reconozco, les doy entidad con mi disculpa, y cierro la puerta echando el cerrojo con cortesía. Y es todo un cuento, porque en realidad no lo siento. Ni tengo nada que agradecerles todavía: me adelanto, uso la educación como punto de no retorno.

Así que sigo, porque hoy no será el día. Mis preguntas no buscan sus respuestas, y sus creencias veo muy difícil que bailen con las mías. Jesús me ama, qué ilusión. Supongo que como todo amor verdadero no busca reciprocidad. Jesús me ama sin esperar nada a cambio, ni siquiera mi atención hoy que es jueves y el cariño que me gustaría obtener hoy no me lo va a dar precisamente Jesús. Porque Jesús no me besa, ni me folla, ni me responde cuando le hablo, ni me pregunta qué tal mi día, ni me anima, ni me escribe, ni me hace reír. Jesús me ama, pero de otra manera. Jesús me ama, pero no me arropa. Jesús me ama, pero no gime mi nombre.

Pienso en el instituto. Cuando una chica te confesaba que le gustabas a su amiga. Y tú puede que no supieses ni quién era. Pero hacías lo posible por identificarla rápido para sopesar. Bueno, quizá, por qué no. No puede ser, a esa cómo le voy a gustar, si está a años luz. Joder, pues qué faena, porque no me atrae nada. Pues así pasa con Jesús, solo que no puedes ir a buscarle para ver si el deseo es mutuo. Sus amigos me confiesan que Jesús me ama, pero yo no puedo preguntarles a qué curso va, si no es verdad que antes salía con Jaime, si es virgen, si lee, si le interesa el cine, qué música escucha, qué van a hacer el finde, juntémonos por Malasaña, bailemos y veamos qué pasa, porque resulta que a mi amigo le gustas tú, vayamos los cuatro, felices que dice el reggaeton, ese del que Jesús renegaría y diría algo como “perdónales porque no saben lo que hacen”.

A cambio de su certeza, quieren mi tiempo. ¿Me regalas un minuto? Y es que el tiempo, tienen razón, puede regalarse. Es, quizá, el mejor presente que puedo dar. Mi presente, para ti. Mi tiempo es tuyo porque quiero que sea de los dos, que dominemos los segundos, arañemos los minutos, destrocemos las horas, juguemos con el sol a escondernos y al llegar la noche… ah, la noche. Pero no me lo puedes pedir. Un obsequio, para que tenga sentido, se da, no se solicita. Es el deseo de regalarte un minuto lo que le da valor a esos sesenta segundos. No tengo nada más que tiempo. Todo lo que hago, lo que trabajo, lo que retozo, es tiempo. Soy mi tiempo. Si te doy parte de él, te doy parte de mí. Dejo otras cosas, que llevarían tiempo, para entregarme a ti este rato en el que envejezco. Su misión evangelizadora se paga con mi tiempo. Sin tiempo, no pueden convertirme. La fe que profesan se sustenta en tiempo. El amor de Jesús, como todo amor, necesita tiempo. El amor es tiempo. Pero hoy, ahora, un jueves de comienzo de verano, no tengo tiempo para profetas. Es posible que esto sea un error, que ni la ducha, ni masturbarme, ni la cena ligera, ni el capítulo de una serie olvidable, ni Walden, merezcan mi tiempo más que Jesús. Tal vez mañana. En otro tiempo. Cuando sea su nombre y no el de ella el que me venga a la cabeza cuando mido mi tiempo.

El caso es que, hoy, Jesús me ama. Y eso, supongo, está bien.

No hay comentarios: