viernes, 26 de abril de 2019

Doble salto

Ahora que aprendiste a saltar a la comba, te empeñas en lograr el doble salto. Que la comba pase dos veces por debajo de las suelas de los pies en cada salto. Es imprimir velocidad al giro de muñeca que hace circular la comba en torno a tu cuerpo, a la vez que saltar un poco más alto, apoyándote en la punta de los pies. Es hacer que todo vaya más rápido, que ocurra dos veces lo que ya dominaste cuando solo sucede una vez. Es conseguir en el mismo tiempo, en el mismo salto, el doble de lo que te ha costado lograr. Es ir más allá, no estancarte, querer mejorar, avanzar. Es usar lo aprendido para alcanzar nuevas cotas. Es hacer del pasado la espoleta de tu futuro y que todo eso ocurra ahora, en tu presente. ¿Cuándo si no? No es una cuestión de ahora o nunca. Es una cuestión de o hacer lo de siempre o probar a hacerlo mejor. No dejamos de intentar cosas porque sean difíciles. Las cosas son difíciles porque no las intentamos. Alguien dijo eso, alguna vez. Pero no te distraigas en ideas. Hazlas. Salta.

Y saltas. Pero eres un tío, la comba no la has usado en tu vida, porque los niños juegan al fútbol y las niñas a la comba. Y ahora que te da por hacer deporte y el monitor os exige saltar a la comba, la coges como si fuera mercurio. Con extrañeza. Te sonríes con una mueca ante el despropósito de la educación de género y envidias a esa chica delante de ti que coge ritmo con una facilidad que te resulta inalcanzable. Joder, pero si siempre fuiste un paquete en fútbol. Maldita sea, lo mismo hubieras podido ser un maestro de la comba, pero no, a dar patadas a la pelota para que tu testosterona se sacie. Y te lo creíste.

A la semana ya eres capaz de saltar durante varios minutos sin tropezarte, aminorando y acelerando sin mayor problema. Todo está en el juego de muñeca. Hacer giros con ellas como si fueses a arrancar una moto con las dos empuñaduras. Qué sabrás tú, si nunca has conducido una moto. Pero tampoco antes habías saltado a la comba, y ahora que rozas los cuarenta descubres que no hay actividad de chicas, que bien te habría venido hacer cardio sin moverte del sitio, solo dando saltitos y rotando las muñecas. Y entonces vibra tu teléfono y sale su nombre escrito en pantalla. Como una alarma, te lleva a ir a por el siguiente nivel. Más giro de muñeca. Salto más grande. Coordinar las dos cosas. No pensar en lo que haces, solo hacerlo, dar valor a las indicaciones de tu inconsciente y mandar al carajo el mapa que te dibuja tu consciente. Que la comba roce el suelo y no dé contra tu espinilla, que circule sobre tu cabeza como el agua del aspersor del jardín, formando un arcoíris que te envuelve, y te envuelve, y te envuelve.

Pero no consigues evitar que la comba tropiece contra tu pierna. Chasqueas la lengua, tiras la comba, te doblas y te apoyas en las rodillas, respirando rápido, mirando la comba como si estuviera viva, como si fuera una serpiente que no consigues domar. Es una cobra y a ti nadie te ha enseñado a tocar la flauta hindú. Ni te has puesto un turbante en la vida, ni siquiera tienes un cesto donde meter a la cobra. Vuelves a intentarlo. Empiezas con el salto simple. Coges el ritmo. Saltas un poco más alto a la par que giras más rápido y más fuerte la muñeca… y la comba pasa una vez pero a la segunda vuelve a dar contra tu espinilla. ¿Qué estás haciendo mal? Resistes la tentación de doblar las rodillas al saltar, encoger las piernas para que la comba pase dos veces con más espacio y más tiempo. Las cosas hay que hacerlas bien, si no, es como no hacerlas, o peor, es hacer algo que no es lo que tienes que hacer. Como pedir comida a domicilio cuando tienes ingredientes de sobra en la nevera y dejas que se vayan pudriendo. O como no decirle que no te sienta bien verla y quedas con ella, para volver a casa extrañado y levantarte con fiebre al día siguiente.

Vamos allá de nuevo, te dices, recogiendo la cuerda, cogiendo las empuñadoras de tal forma que el pulgar queda atrapado entre el índice y el corazón, dando un paso para situarte justo delante de la serpiente dormida que queda a tu espalda, esperando. Miras al frente, resoplas. Empiezas. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Salto grande. Giro rápido de muñeca. Y la comba pasa una vez. Y a la segunda…

Descuelgas y le dices que mejor quedar otro día, que ya la avisarás tú. Y sonríes. Porque te ha salido por fin el doble salto. Ahora queda dominarlo. Saberte capaz.

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