domingo, 10 de junio de 2018

Porque no sabes posar

Vine a por tu libro, y a por tu firma. Vine a por ti. Intuyéndote pareja por alguno de tus poemas, creyéndote sin ella por mi deseo y porque citas a Bukowski.

Tu pelo en llamas, volcado sobre un hombro, el otro desnudo. Tus ojos pequeños, y diríase verdes, aun siendo la foto de la solapa en blanco y negro. Tu expresión de no saber posar, de no querer aprender, apoyada la espalda sobre una piedra redonda rugosa, de las que coronan las barandillas de los puentes viejos, como forúnculos inmortales. Tu nariz respingona, tu cara triangular, y todo lo que meto en tu cabeza inventándome cien encuentros en los que hablamos de escribir y de follar.

No llevas pendientes ni collares, luego cuando vaya a por tu dedicatoria buscaré anillos. Que estrangules con uno tu anular es tan factible como la siguiente rima de un rap de aficionado.

La portada y la contraportada de tu libro forman un dibujo, una vomitona de flores rojas de largos pistilos. Sólo lo admiras completo manteniendo abierto el libro, invitas, obligas a abrirlo, a abrirte, a explorarte, a saberte. A saborearte, ahora más, que tengo la boca seca y las orejas abiertas.

Ya debes estar ahí, en la caseta que harás tuya durante noventa minutos, noventa versos, noventa besos. Pero yo debo escribirte antes de conocerte, no vaya a ser que la realidad estropeé un cuento que a mí sólo me cuento.

El Retiro en domingo es más retiro, es más sentarse frente al Palacio de Cristal y garabatear compulsivo sobre el futuro que es ya, porque el presente se fue en la frase anterior y el pasado de repente lo es todo. Por eso, me pierdo en lo que está por venir, en lo que me gustaría provocar, ahora que todavía no te he visto en tres dimensiones ni sé cómo sonríes. Porque no sabes posar.

Y llegados a este punto, grabo lo que llevo escrito en audio y se lo envío a Alba, a la que ayer comenté lo que haría hoy tras haber descubierto tu libro, tu nombre, tu foto. Y escucho mi propio audio tras mandárselo a mi confidente de cabecera, esa que siempre me recibe con una sonrisa y los brazos en jarras, como una madre que no sabe disimular el divertimento que le causa la travesura de su hijo. Me pongo mis propios audios para ver cómo me expreso y qué pensaría yo de mí si no fuera yo, escuchando lo que digo. Y me gusta. Me gusto. Me lleno de mí mismo por lo osado y por lo inocente. Por lo cursi y por ese halo de escritor desdichado que encuentra la calma en un parque, un domingo que iba a recorrer en bici pero lo agoté en un césped que cada vez me recibe más seco y mejor cortado. Será porque me encuentro mejor, ya no me busco. Será porque no te conozco, pero me gusta que me gustes. Será porque hoy no me libro de montar una feria en la Feria del Libro.

Tengo que escribir más a mano, me digo. Tengo que escribir más fuera de casa, me prometo. Tengo que escribirte más, si esa es la forma de releerme y de oírme y de sonreír como esa madre.

Toca ir a por tu autógrafo, toca saber cómo podría terminar este cuento que no me propuse escribir hasta que abrí tu libro y leí un poema y un extracto de Rayuela, y de ahí tuve que ir corriendo, casi exhausto, a la solapa, a estudiarte y comprobar que no, no sabes posar.

No hay comentarios: