lunes, 28 de diciembre de 2009

Diez días queriendo ser Caribe I - Introducción

Ahora que la ONG se ha convertido en un campamento de verano, donde muchos follan con muchos y los otros beben lo que pueden y pasean y duermen y no hay gran cosa que hacer, Laura y yo decidimos irnos al Caribe nicaragüense. Ahora que el proyecto solidario está en un receso, toca llevar a cabo un proyecto personal, que para esos nunca hay descanso fijado en el calendario. Ahora que mi motivación va en descenso porque no hay mucho que hacer en La Prusia, porque no me siento útil haciendo nada, porque la energía e implicación de los voluntarios se reduce al Flor de Caña y a dormir hasta que el sol te deje, toca renovarse para volver a darle sentido a este viaje que empecé hace casi dos meses y que veo que va a llegar a su fin pronto a no ser que haga algo. Así que voy a hacerlo, y Laura está conmigo, armada con su cámara y con muchos carretes como munición. Nos vamos en busca de los ramas, indígenas de verdad, que hablan una lengua que también articulaban antes de que Cristo revolucionase el otro lado del mundo, que viven de la pesca y que fueron colonizados por los británicos y misioneros daneses dos siglos después de que los orgullosos españoles unieran el mundo de casualidad. Y yo al menos me voy en busca un poco de mí mismo, creyéndome periodista por fin y con un trabajo que hacer acorde con la profesión que estudié y en la que trabajé con desgana. Porque la desgana ha oscurecido muchos de mis días y ahora soplo con fuerza para espantar nubes que no descargan lluvia pero sí truenan.

El plan es llegar a Bluefields, capital de la Región Autónoma del Atlántico Sur (RAAS) y denominada la pequeña Jamaica, y de ahí encontrar viaje a Rama Cay, la isla con la mayor población de ramas, una etnia en proceso de extinción. Dicen los libros que sólo quedan unos 1.500 ramas auténticos, y más de 1.000 viven en la isla. Imbuidos en antropología para principiantes, en fotografía de profesionales y en periodismo de campaña, hacemos un macuto ligero y planeamos en diez minutos una expedición que requiere de al menos tres días de estudio y preparación. Sopesamos la posibilidad de llegar de Granada a Bluefields por tierra. Sería en autobús hasta El Rama, final de la única carretera transitable que apunta al Caribe, y de ahí en panga siguiendo el curso de Río Escondido hasta la bahía de Bluefields, que tiene ese nombre en honor a Bleuveldt, pirata holandés que fue el primero en establecer una base de operaciones fija en ese lugar, pues vamos a tierra de piratas. Llegar a El Rama son unas seis horas en autobús escolar yanki, desechado por el primer mundo y aprovechado hasta la extenuación del motor por los nicas. Y de ahí, en panga, es decir, una lancha con capacidad para 20 personas e impulsada por un motor de 75 cc, por Río Escondido serían otras dos horas. Para un viaje de diez días, emplear ocho horas en llegar al destino se nos antoja una inversión excesiva de tiempo, así que tiramos de cartera y optamos por el avión. La Costeña es el único operador de vuelos nacionales en Nicaragua, bonito monopolio. Reservamos billete por teléfono, que en la página web tienen el sitio de reservas en construcción (conociendo el estilo nica, la puesta a punto de esa parte de la web puede finalizar el siglo que viene). El día 12 de diciembre, a las 6.30 de la mañana, un avión que no se merece ese nombre nos trasladará en un viaje de una hora de una punta de Nicaragua a la otra. Del Pacífico al Atlántico. De un océano a otro. De un país a otro, aunque la ausencia de frontera diga lo contrario. Tenemos el billete y tenemos las ganas, y poco más. Así que madrugamos lo indecible el día 12, llegamos al aeropuerto con más legañas que pupilas y hacemos cola en el mostrador de facturación, que aunque sólo llevamos equipaje de mano también es aquí donde se compran los billetes que reservamos. Y como es una avioneta lo que nos va a llevar por el cielo nica, nos tenemos que pesar en una vergonzosa báscula, no vaya a ser que seamos demasiado gordos y desnivelemos el cacharro. Nos quitan los mecheros, el repelente de mosquitos y las tijeras de uñas de Laura, por ser considerado todo ello como equipaje peligroso. Las uñas de mis pies bien podrían haber sido requisadas también, que el fuselaje del aeroplano lo mismo no aguanta el rascar de mis nerviosos miembros inferiores.

Somos los únicos gringos del avión. Volamos por debajo de las nubes, por lo que la orografía de este país se dibuja bajo nosotros. El Lago de Managua, los campos arados, alguna carretera y de repente todo se vuelve verde tupido. Al pasar el lago el país ha cambiado. Ya no hay casi cultivo, se ve algo de ganado y mucho bosque, y según nos acercamos al océano que sólo he visto desde Portugal y Canarias, los manglares se ríen de la tierra firme. Sobrevolando tan hostil geografía entiendo porqué los colonizadores españoles prefirieron bordear el Cabo de Hornos para entrar en Nicaragua antes que ir directamente por la costa atlántica. Entre los mosquitos y los pantanos y la selva, las armaduras de los soldados españoles se habrían podrido y asfixiado a los cuerpos que en teoría protegían. Sólo los piratas y corsarios ingleses tuvieron el valor de hacer tierra en esas condiciones un siglo después de que Colón y Cortés pasaran tan cerca. Así que aterrizamos en el aeródromo de Bluefields sabiéndonos españoles en tierra de ingleses.

Llegamos al punto de partida de nuestro inocente periplo con una sonrisa en la boca producto de la emoción que causa lo desconocido, la aventura y la juventud. Y a partir de ahí, sin horarios ni hoja de ruta, todo es posible. Nos han dicho que Bluefields es peligroso y que a Rama Cay no hay pangas, y no tenemos ningún otro lugar fijado en nuestro itinerario para cuando terminemos con la isla de los ramas. Es decir, nos hemos embarcado en una locura de diez días, una no demasiado meditada expedición que pocos de la costa del Pacífico han hecho. Y por eso tenemos el ego hinchado y el dinero bien escondido, como el río que decidimos no surcar por falta de tiempo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

LLevaba tiempo leyendo tus relatos de Nicaragua y esperaba con ganas la continuacion en Laguna de Perlas con Mr Orlando, me he llevado la sorpresa cuando has continuado con otra cosa porque estaba muy interesante, espero que sigas teniendo ganas de contarnos tu aventura.
Recibe un cordial saludo.